Una ventana abierta, una puerta, una
escalera, un mirar para fuera y respirar todo lo que aún nos queda, un puente,
una cuerda, un cielo sin final, una escena, un aire que no quema, una
posibilidad de sobrevivir que espera atenta, un bailar en la tormenta y mojarme
entera, un paso y otro y otro hasta quedarme nueva. Reír, hasta que no duela,
cantar, contar, perder la vergüenza. Un pasadizo, un senda, una luz al final
que brilla con fuerza, un abrir la botella, quitarse la venda, un mapa y
una chincheta, un volar sin que nadie me vea, un camino alternativo diferente
al que me rodea, un paisaje con una enorme blanca luna llena, una sombra que me
enseña, una experiencia que me alienta, abrir la boca y vaciarme entera. Querer
a cada parche cosido a mi pena, querer querer de otra manera, esquivar cartuchos
de tu escopeta, ignorar a los besos que resuenan y a momentos que envenenan,
quitarle hierro a asuntos que atascan venas, abrir los ojos y cerrar heridas
secas, marcarme metas, llegar la primera, dar rienda suelta a imaginar
despierta. Un asfalto de brea negra, una carretera, sin final, de tierra, una
ruta nueva, un trayecto que es en si el viaje que me llena, un recorrido que se
inventa veredas según ve venir a mis piernas, una calzada desierta, una vía de
escape con opciones perfectas, una pista de aterrizaje para dejar caer maletas
llenas de mierda, una calle sin nombre con miles de tiendas, un me escapo
porque soy prisionera de un corazón que no consigue olvidar y de una mente que
no entiende aunque le ha dado miles de vueltas.
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