-Anna, por qué no dices nada?
Y Anna seguía callada. Dormida, pensaban algunos, muerta en vida otros murmuraban.
Y el tiempo pasaba.
Siete de Diciembre bajo un cielo gris que intimidaba. La gente en la calle pese al frío, paseaba. Gorros, guantes y bufandas. Los niños jugaban. El mundo ajeno, al drama de Anna. Ella una chica de tez blanca, de grandes ojos, y como de costumbre, su boca cerrada. Sin hermanos ni hermanas, de padres ricos y pobres de alma.
María ante los ojos del pueblo, tan solo una criada. Bajita, morena, María la colombiana. Llegó hace tres años y se instaló en esa casa.
- Aquí está la cocina, la escoba y esta nuestra hija Anna.
Las dos conectaron sin decirse nada. Ella ganó una hija y una madre ganó aquella niña asustada. Sin saber por que, se necesitaban.
Una cría de 11 años y una mujer que de los 40 pasaba. María la consolaba cuando a media noche lloraba, cuando sin explicación alguna, Anna temblaba. La pena inundaba el corazón de aquella criada.
- Mi niña, pero qué te pasa?
Y un abrazo bastaba.
Años más tarde, vería con sus propios ojos el por que de una vida marcada. La casa estaba a oscuras aquel día en el que el sol, fuera, quemaba. María hizo sus labores y pensó en dar un repaso a las camas. Abrió la puerta del dormitorio de los señores mientras tarareaba, le gustaba cantar cuando estaba sola o eso pensaba, fue al abrir la puerta de aquella habitación cuando supo por que la historia cuadraba. Arriba el señor gemía, debajo de él, en la cama, Anna. Y sus ojos fueron los mismos mientras aquello pasaba. Se le encogió tanto el corazón que a penas pudo mantenerse en pie la criada. De un salto el señor se le encaró antes de que, esta, reaccionara. Un grito, una bofetada, un " fuera de aquí", una colombiana asustada. Un segundo que pareció una hora en cámara lenta rodada. María se hizo grande, y al señor, le escupió en la cara. Su intento de salvar a Anna se quedó en una maniobra frustrada. No pudo llegar a la cama antes de que ese hombre, otra vez, la pegara. La sangre teñía la alfombra mientras la niña lloraba.
Al día siguiente María ya no estaba. Un despido alegando que, esta, a ellos, les robaba. No dejó el señorito que la despedida entre ambas se efectuara. Y se fue María con toda la pena del mundo de aquella casa manchada.
Y pasaron las horas, los días, las semanas. Aquella niña cumplía años a la par que las pesadillas se le acumulaban.
Y la gente del pueblo, hablaba.
La madre encubría una historia por que la reputación la presionaba. De puertas para fuera un matrimonio rico con una hija que salió rara, de puertas para dentro, una vida destrozada.
Pero ese siete de diciembre, parece que la historia cambiaba.
Sonó el timbre por toda la casa, cuando a nadie esperaban. Y abrió la puerta la señora pues nunca más contrataron a otra criada. Ella muy elegante, triste y estirada, al otro lado, en la calle, María la colombiana.
- María, qué haces aquí? Esta ya no es tu casa.
- Me va a disculpar usted, pero vengo acompañada.
Y a su lado un policía y una mujer con gafas.
- Vengo a por Anna.
No tuvo que decir nada más para que la señora se apartara. Les dejó pasar sin más y mas que nada avergonzada.
Durante todo este tiempo, María no se quedó parada. Movió cielo y tierra para conseguir sacar de allí a Anna. Denuncias, dinero que a penas tenía, incluso pidió a su niña que lo grabara. Se veían a escondidas y ella solo la abrazaba. Sufrían las dos pero solo una volvía a esa maldita casa.
Pero aquel día, la historia cambiaba. Un padre que no cumplió condena por que el dinero le avalaba, pero ya no podría hacerle nada a su hija por que ahora dormía con aquella señora a la que subestimó pero que hizo libre a Anna.
Ahora que ha pasado el tiempo, duele olvidar una historia tan complicada, el hecho es que la niña se ha hecho mayor y a día de hoy sigue callada. Pero duerme por las noches, ya no tiembla y cuando se ríe se le ilumina la cara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario