Pedro, de manos grandes y cabello negro. Nacido y criado en un pueblo pequeño perdido entre la tierra y el cielo.
Pedro, atractivamente soltero, de profesión; trajeado banquero y de corazón; portero de un equipo que formó con amigos del colegio.
De su padre, un fiel reflejo, los andares desde niño los heredó de aquel viejo, altos y delgados sus cuerpos, con ojos grandes y de un color que cambiaba según el tiempo. Compartían también un corazón igual de bueno, nobles valores que le inculcaron casi sin quererlo.
José, su padre, era granjero, de los pocos que aún quedaban en el pueblo, amaba a sus animales y no era raro verle hablar con ellos.
Era Domingo y tocaba puchero, el único plato que ellos podían comer sin miedo pues su madre, Josefina, no cocinaba como el resto. En la cocina le cambiaba el gesto, una mujer mayor que vivía con lo puesto, hacía años que decidió no ser florero, revolucionaria adolescente que se manifestó por sus derechos. Ella siempre con el pelo suelto, a veces morado, a veces rojo fuego. Se reía con la vida y era su sonrisa el mejor complemento, buena madre y mejor amiga en los peores momentos. Se sentaron en la mesa y entre miles de conversaciones hubo un silencio, Pedro tragó saliva, parecía dispuesto, se armó de valor y en su boca sintió los kilos de todo su cuerpo; "mamá, papá yo no soy esto", caían sus lágrimas desde sus ojos a los cubiertos, tantas horas pensando en como hacerles partícipes de su secreto y cuando las palabras no daban a basto Josefina hizo el resto ; " No sigas hijo, ya lo sabemos". Un abrazo conjunto que selló el momento, un apoyo que se veía venir de lejos como final y principio de un cuento.
Y ahora caminaba más ligero pues había vomitado un gran peso, pero lo vida no era solo eso, tenía a su familia y ahora faltaba el resto.
Se calzó sus botas de futbol y apretó en sus manos sus grandes guantes de portero. Tocaba ganar un partido o pasarlo bien, aquel sábado, por lo menos. Paró tres goles por cada uno que ellos metieron y tras la celebración en el vestuario volvió a ser solo Pedro. Uno a uno se fueron yendo sus compañeros, en el bar de enfrente les esperaba, como siempre, aquel camarero. Y vestido con miedo y pantalones vaqueros alargó una vez más el brazo para agarrar al delantero; " si esto te ofende, de verás, lo siento pero tengo ganas de hacerlo desde que era pequeño". Y su boca fue más rápida que su cerebro, amigos desde niños que ahora pararon el tiempo. Segundos eternos que en plácidos labios crearon besos perfectos. Creyó ser correspondido hasta que un empujón le cambió el gesto; "qué haces? Estás loco?!" Y su amigo, salió corriendo. Pasó de largo por el bar donde se oía el triunfo entre abrazos y jarras de cerveza al viento. Se fue a su casa con el corazón descompuesto, como un niño discriminado cayó tembloroso en un colchón que se le quedaba pequeño. "Qué he hecho?, toda mi vida armándome de valor para esto..ya se lo habrá contado a todos y yo seré el hazme reír del pueblo".
Horas callado y un mar de lágrimas en el suelo, rabia que expresó en las paredes hasta destrozarse los dedos. Sintió a sus padres en su cabeza abrazando a sus miedos pero no estaban en casa aquel 16 de Febrero.
Y mientras iba hacia el garaje lo mismo hacía su compañero, aquel chaval tan rubio desde que le salió el pelo quiso pedir perdón a su amigo por que le supo a poco ese beso. Reía con cada paso que daba certero, " Pedro, amigo.. Te quiero" Sonaban, una y otra vez, esas palabras por todo su cuerpo, sabía que al fin había llegado el momento y le importó poco ser de sus vecinos el cotilleo.
Abrió la puerta del garaje que siempre estaba abierto, de ahí a través de un pasillo estrecho entrabas en la casa directo, y antes de poder imaginar su encuentro se le cayeron los ojos por lo que estaba viendo. Corrió y quiso mantener en el aire todo el peso del cuerpo de su amigo muerto. Pedro dejó una nota solo para sus padres en la que ponía, " yo no soy esto" .
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